La mañana hacía ya algunas horas que había pasado, ahora un mediodía de cálido clima y agradable estancia era el testigo de la última venta de la muchacha de largos cabellos. Al parecer, ahora, su nuevo hogar o, más bien, lugar de trabajo sería la famosa okiya de la gran Iki-onna. Sería todo un placer y honor para la tímida joven el conocerla, pero no creía que fuera esta en persona quien le diera la bienvenida al lugar. Después de todo, era una hermosa mujer con mucho trabajo y gran reputación, quizá demasiada como para recibir a una simple criada Shikomi cuyo adiestramiento ni siquiera había visto el comienzo ni de lejos.
Vestía un kimono simple, de color blanco de fondo y pétalos de cerezo adornando toda su extensión con la excepción del obi rosa intenso, atado con un lazo a la espalda, semi oculto tras su cabello recogido en una cola de caballo que lo dejaba casi enteramente suelto, libre y a la altura del inicio de sus muslos.
Se encontraba algo nerviosa, ambas manos juntas frente a sí y la cabeza ligeramente agachada en señal de sumisión y respeto para toda mujer u hombre que pasara por allí en aquellos instantes.
Vestía un kimono simple, de color blanco de fondo y pétalos de cerezo adornando toda su extensión con la excepción del obi rosa intenso, atado con un lazo a la espalda, semi oculto tras su cabello recogido en una cola de caballo que lo dejaba casi enteramente suelto, libre y a la altura del inicio de sus muslos.
Se encontraba algo nerviosa, ambas manos juntas frente a sí y la cabeza ligeramente agachada en señal de sumisión y respeto para toda mujer u hombre que pasara por allí en aquellos instantes.